24 d’octubre 2012





Miré mi cuerpo. El mismo. La V rosada de mis muslos,
el vientre blanco, los pechos medio flotando, los pezones
arrebolados y rosados por el agua que desprendía vapor.
Un cuerpo bonito, el mío, decidí quedármelo. Me abracé.
Era mi miedo lo que echaba en falta.
La fría piedra que había llevado dentro de mi pecho durante
veintinueve años había desaparecido. No repentinamente.
Y quizá no fuera para bien. Pero había desaparecido.



Miedo a volar. Erica Jong